La patrulla de la lechuga verde: capítulo 9

(…)

La tienda estaba cerrada. Pero eso no era todo. Por un agujero se podía ver el interior y parecía que no había nada dentro. Fuera, pegado en la persiana, había algo escrito en un cartel:

Verkauft

La madre de Neno sacó su móvil para traducir esa palabra. Cuando vio lo que significaba miró a los niños de la pandilla sin saber qué decir. Neno cogió el móvil para ver que ponía.

Se vende.

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La pandilla se sintió frustrada, dolida e impotente por no haber conseguido hacer nada por rescatar a Bratwurst. Todas sus esperanzas desaparecieron. Ahora sería imposible encontrar a su amigo. Estaban en una ciudad que no conocían en la que se hablaba un idioma difícil de entender. Los padres no sabían cómo consolar a los niños que se abrazaban dando la aventura por perdida. Ésta era la primera vez que se daban por vencidos. No sabían cómo solucionar el problema. La única que conseguía conservar la calma era Lola, que miraba fijamente la nota de la puerta, como si hubiera algo más. Se acercó y comenzó a pasar la mano por encima, buscando algo que ni ella misma sabía qué era. Los demás niños la miraron y siguieron sus pasos, acercándose para ver qué se le podía haber ocurrido esta vez. En muchas ocasiones había demostrado que se podían superar todas las barreras, por difíciles que pudieran parecer.

Al pasar la mano por el cartel que ponía «se vende» en alemán, lo agarró con fuerza y lo arrancó. Una nota cayó en ese momento en el suelo ante el asombro de todos. Lola cogió la nota y sopló sobre ella para quitar el polvo.

– Aquí hay algo escrito -dijo-. ¡Además está escrito en español!

Todas las familias se acercaron para leer el mensaje.

Jamás me encontraréis

Esto dificultaba las cosas. No sólo había cerrado la tienda para siempre, sino que el dueño sabía que la pandilla podría viajar a Alemania para recuperar a la salchicha. Esa nota dejaba claro que él no estaba dispuesto a dejar que nadie volviera a dejar que alguien se llevara a Bratwurst de nuevo.

Si antes los niños se habían quedado destrozados, ahora estaban hundidos. ¿Qué podrían hacer? Todo estaba perdido.

– ¡Esperad! -gritó el padre de Juanita mientras sostenía el papel de «se vende» en sus manos-. Aquí hay un teléfono. ¿Y si llamamos?

– ¿Y qué decimos? Ninguno sabe hablar en alemán -observó la madre de Neno.

– Pero sabemos algo de inglés -contestó la madre de Pedrito y Lola-. Esto es Alemania. Seguro que a quien llamemos habla algo de inglés. Llamemos para interesarnos por el local. Vamos a decir que queremos verlo por dentro.

El dueño del local no tardó más de 20 minutos en aparecer. Saludó a los padres y abrió la persiana. Al entrar, mientras hablaba sobre las condiciones del alquiler con las familias, los niños comenzaron a buscar por la tienda alguna pista que les ayudara a encontrar a su amigo. De nuevo fue Lola la que encontró tirado en una esquina un sobre. Lo escondió debajo de su camiseta e hizo una señal a sus padres dando a entender que tenía algo. Los mayores se despidieron del hombre diciendo que no era lo que buscaban y le dieron las gracias. Unos metros después, Lola abrió el sobre.

Buscad, buscad. Tras algo muy antiguo me podréis encontrar.

Todos sintieron un escalofrío que recorría su interior. De repente, todo daba un vuelco. Había luz al final del túnel. Había esperanza. ¿Por qué el alemán dejaba esta nota? ¿Acaso quería que la pandilla encontrara a Bratwurst? ¿Podría ser que pusiera una prueba para ver que realmente a ellos les importaba la salchicha tanto como para pasar una serie de pruebas?

Los niños miraron boquiabiertos a sus padres. Éstos sentían el mismo nerviosismo que sus hijos. En cierto modo volvían a ser niños gracias a sus aventuras.

– Pensemos. Algo muy antiguo -el padre de Juanita fue el primero en pensar a qué podría referirse.

– Estamos en Berlín. Esta ciudad tiene siglos de historia. Aquí todo es antiguo -contestó la madre de Neno.

– Pero dice algo muy antiguo. A lo mejor no se refiere a algo de Berlín, sino a algo más antiguo, como las cosas que vimos en los museos hoy.

El que había dicho esto último fue Pedrito. Todos los demás lo miraban alucinados. Nadie creía que pudiera tener una idea como esa. Sus padres, incrédulos, no podían estar más orgullosos. Lola, su hermana, le dio unas palmadas en la espalda felicitándolo por su idea.

– A ver. En Berlín hay muchos museos, pero si tuviera que ir a alguno, iría al Pérgamo -pensó Juanita.

– Cierto, hija -le dijo su madre-, aunque en el Neues, el Museo Nuevo, hay muchísimas cosas de Egipto. Podríamos encontrar algo allí.

Todos vieron bien la idea. Se dirigieron de nuevo a la Isla de los Museos y entraron en el Neues Museum. ¡Había tanto que ver! Estuvieron durante dos horas buscando detrás de cada escultura, bajo cada piedra, pero no consiguieron ver nada. De repente entraron a una sala en la que había más gente que en el resto. Todo el mundo miraba embelesado hacia el mismo punto.

– ¡Mirad! -dijo sorprendido el padre de Neno.

Los niños se acercaron al centro del bullicio. En medio había lo que parecía la cabeza en piedra de una mujer. Era muy bonita.

– Mira hija -la madre de Lola se acercó a su hija-. Es el busto de Nefertiti. Tiene casi 3.500 años. Es preciosa, ¿verdad?

Madre e hija vieron desde un extremo lo que ocurría a continuación a cámara lenta. Enfrente, Neno y Pedrito se acercaban corriendo al busto. Habían visto algo raro. En su extrema torpeza, Pedrito tropezaba al pisar uno de los cordones desatados de sus zapatillas cayendo de bruces sobre la peana que sostenía el busto. Éste empezó a bailar hacia un lado y al otro mientras el público ahogaba un grito silencioso, echándose las manos a la boca o a la cabeza. Finalmente, el busto de Nefertiti, probablemente el más caro del mundo, el más valioso en todos los sentidos, caía al suelo. El estruendo de cientos de trozos rotos silenció a todo el gentío durante unos segundos hasta que de repente todos a la vez comenzaron a gritar ante el desastre. Pedrito y Neno querían desaparecer.

Los vigilantes de seguridad y unas parejas de policía aparecieron de la nada y al ver lo que había pasado miraron en dirección a los dos niños y sus familias. Lo primero que hicieron fue esposar a los padres y retener a los pequeños. Justo cuando se disponían a llevárselos, ocurrió algo aún más increíble.

De entre los pedazos de Nefertiti del suelo comenzó a subir una especie de humo que inundó la sala. Poco a poco ese humo empezó a cobrar forma. Primero, algo extraño, como un animal, pero iba cambiando a algo más familiar.

El humo dejó de moverse en el aire. Nadie podía creer lo que veía. El rostro de la mismísima Nefertiti estaba flotando en medio de la sala. Sus ojos se encendieron de un color rojo muy intenso y esa luz apuntaba a una esquina de la habitación. Al mirar en la dirección de sus ojos vieron cómo alguien se escondía tras un sarcófago.

– ¡Es él! -gritó Juanjo al reconocer al alemán que se llevó a Bratwurst.

Sin embargo la policía no dejó que nadie que se moviera.

De repente, el rostro flotante comenzó a desaparecer. A medida que se desvanecía, aparecía una nueva forma, algo distinto. Una fuerte luz hizo que todos en la sala cerraran los ojos. Al abrirlos vieron que ya no quedaban trozos en el suelo. Lo que antes hubiera sido sólo un busto, ahora era un cuerpo completo tallado en piedra de Nefertiti. La dueña del museo, que había entrado minutos antes, no podía creer lo que veía. Se acercó lentamente a examinar la pieza cuando vio que en el suelo, junto al pie de la nueva escultura, había un pergamino. Se trataba de un mapa de Egipto con muchísimas cruces.

– Es imposible -dijo la directora en un inglés perfecto-. Imposible.

– ¿Qué pasa? -preguntó Lola.

– Son templos. Son los templos que aún están enterrados y no han sido todavía descubiertos. O al menos eso es lo que dice este mapa.

Nadie hablaba. Todos contenían la respiración. El silencio era incluso molesto, hasta que alguien lo rompió con una palmada. A ésta se sumo otras de otra persona. Y de otra. Y de otra.

El aplauso no iba dirigido a la directora del museo. Tampoco a la nueva figura de Nefertiti. Aplaudían a la pandilla.

Aplaudían a Pedrito.

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Planning del capítulo:

15 comentarios en “La patrulla de la lechuga verde: capítulo 9

  1. Cristina

    Wau!!!!!tremendo capitulo!!😱😱cuando ya creía que no podía leer cosas más sorprendentes….estos niños y niñas..lo vuelven a conseguir con creces!!! Ha sido..IMPRESIONANTE!👏👏..con razón Sara me ha dicho..»mamá vas alucinar cuando lo leas y lo interesante que se ha quedado» y así estoy….ALUCINADA!!😱😱😊😊Enhorabuena clase!!👏👏👏👏👏

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  2. Eva Soto

    ¡Madre mía!. Acabamos de leer el capítulo nueve y no me lo puedo creer. ¡Qué imaginación!. Nos tenéis enganchadísimos con el suspense. Este libro es buenísimo, yo diría que promete convertirse en un best sellers.

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  3. Yolanda Rodríguez Mesa

    Ha sido impresionante el capitulo, que imaginación tienen estos niños y niñas. Me dejan sin palabras cada vez tenemos más intriga. Seguro que nos sorprenderán en el próximo capitulo.

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