Después de la ceremonia, comenzó el banquete. Justo detrás del altar que con tanto esmero habían construido habían colocado unas mesas muy cerca de la ribera del Borosa, aunque no tanto como para que algo pudiera caer al agua.
Sobre las mesas había todo tipo de comida, aunque la mayoría de cosas estaban allí pensando en los niños: jamón ibérico, pizza, hamburguesas, lasaña, palitos rebozados de pollo, refrescos, alguna chuche, pan de Cazorla, aceite de Jaén, queso y aceitunas. Habían decidido no poner perritos, por respeto a los recién casados.
Empezaron a comer, todos de pie para que fuera algo más informal y cercano. Pusieron música de fondo. Algunos comían, otros bailaban y otros comían bailando.
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El taller de ciencias comenzaba a las 12 en punto. Se habían apuntado casi 20 personas, aunque los dos científicos sabían que la mayoría lo hacía para que los trabajadores de la cárcel vieran que tenían buen comportamiento. Unos días atrás pidieron a la pareja que se encargaran ellos de dar las clases en el taller. Ellos aceptaron a la primera. Al fin y al cabo, iban a estar muchos meses allí encerrados. Al menos podrían seguir de alguna manera en contacto con su trabajo. Habían decidido repartir el trabajo. Mientras él daba las clases a los internos, ella prepararía las soluciones químicas que irían necesitando en la clase.
A los reclusos les encantaba ver las reacciones que se producían cuando se mezclaban algunos compuestos químicos. Para ellos eran experimentos de primero de carrera, juegos de niños.
Mientras él daba la clase, ella se enfrascaba en disoluciones, en mezclas. Así un día, y otro, y otro.
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Juanita fue la primera que empezó a gritar. Después le siguió Pedrito, que se rascaba la lengua con todas las uñas mientras buscaba una botella de agua que pudiera beber de un trago.
– ¿Qué es esto? ¿Por qué pican tanto estas patatas? -Juanita sentía que su lengua iba a explotar.
Lola se extrañó y, como siempre ponía todo en duda, cogió una patata, la olió y después la probó. Nada, todo normal. Se encogió de hombros y mojó el resto de la patata frita en el ketchup que había al lado. No pasaron ni diez segundos antes de que ella también empezara a gritar.
– ¡Cómo picaaaaaa!
Mientras tanto, Neno caía al suelo, pero no porque le pasara algo, sino porque no podía parar de reír. No se le había ocurrido otra cosa mejor que echar medio bote de tabasco al ketchup, con lo que picaba tanto que era imposible de tragar. Mientras él se carcajeaba, sus amigos no paraban de beber agua.
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Unos días antes, la pareja había estado hablando. No era justo. Era cierto que tendrían que haber conseguido recuperar la salchicha, su invento; pero no así. Lo tendrían que haber intentado de otra forma, por las buenas. Pero, ¿se la habrían devuelto? Probablemente no. Por eso tenían que hacerlo como lo hicieron. Ahora tendrían que estar allí, encerrados, mucho tiempo; demasiado. No era justo, ellos no lo veían justo.
– No pienso quedarme aquí -le dijo el hombre feo mientras miraba al suelo.
– Pues no te queda otra.
– Sí queda otra.
Ella lo miró extrañada. Después lo escuchó atentamente.
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– ¡Ya te vale! Tendrías que beberte tú el bote entero -se quejaba Lola mientras seguía bebiendo agua.
– ¡Pe… pe… pero no veis lo gra… gra… gracioso que ha sido! – Neno apenas podía hablar. Seguía muerto de risa.
Mientras le regañaban por la broma de las patatas, Pedrito salía de la casa con una botella de cola de las grandes, de las de 2 litros. Miró a Neno de reojo.
– ¡Pi pe pires! – Pedrito hablaba como si tuviera un trapo metido en la boca.
– ¿Quéeeeeeeeeeeee? – Neno caía otra vez al suelo.
– ¡Que no pe pires! ¡No pe pires a la cara!
Salchicha Woman y Bratwurst no podían parar de reír.
– Está bien. Lo siento. Ha sido una broma muy… picante. Ya no hago más, pero no me negaréis que ha sido súper divertida.
– Lo niego – respondió Juanita.
– Anda, dame, seré vuestro criado hoy -Neno cogió la botella de cola que tenía Pedrito.
Mientras Neno la abría, Pedrito miró de reojo a sus amigos y les guiñó un ojo. Escondía un as bajo la manga. Había metido cinco paquetes de unos caramelos de menta dentro de la botella y la había agitado hasta no poder más por el cansancio.
Cuando Neno abrió la botella, un chorro a presión de refresco fue a parar directo al ojo derecho de Neno, con tanta fuerza que el retroceso de la botella hizo que cayera directamente al suelo, rebotando y yendo de nuevo hacia arriba, directamente a la frente de Neno.
Esta vez los que se tiraron al suelo desternillados de risa fueron las dos salchichas y sus tres amigos, mientras Neno se frotaba la frente con una mano y se secaba el ojo con la otra.
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Faltaban 10 minutos para que acabara el tiempo libre en el patio. Había un sol muy placentero y buena parte de los internos miraban, con ojos cerrados, al sol. Poco a poco, las expresiones relajadas de sus caras se fueron tornando en otras mucho más expresivas. Un olor nauseabundo empezó a inundar todos los rincones del patio. Era tan intenso que muchos incluso sentían ganas de vomitar. Varios fueron directamente a las puertas de entrada a las celdas, incluidos algunos vigilantes. Uno de ellos, que no podía aguantar más, comenzó a hacer sonar su silbato, moviendo las manos para indicar a todos que volvieran a sus celdas.
No hacía realmente falta que lo hiciera, porque todos empezaron a correr para irse cuanto antes de allí. También la pareja empezó a moverse por el patio, pero con una intención totalmente distinta. Mientras andaban, iban tirando y pisando unos botecitos pequeños que ya habían preparado en el taller de ciencias. Un compuesto de un olor fétido, casi indescriptible.
Prácticamente no quedaba nadie en el patio, sólo ellos. Tanto los vigilantes como los reclusos se habían ido dentro del edificio, resguardándose del terrible hedor.
En ese momento, el sonido de decenas de toses fue tapado por el estruendo de lo que parecía una terrible explosión.
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– ¡Es hora de la tarta! -avisó el padre de Lola y Pedrito.
Tres pisos de tarta de tres chocolates con los muñequitos de dos salchichas vestidas con uniformes de las películas de Star Wars aparecieron por la puerta de la casa.
Con la ayuda de los amigos, Salchicha Woman y Bratwurst cortaron la tarta con un cuchillo de untar mantequilla.
– Te vas a perder el baile -dijo la madre de Lola y Pedrito a su marido, que acababa de coger el móvil.
La música de la canción “Can’t stop the feeling” sonaba mientras las dos salchichas bailaban alegremente. Todos alrededor aplaudían. El padre de Pedrito y Lola colgó finalmente el teléfono.
– Hijo, parece que has visto una película de miedo -le dijo la madre de los chicos-. ¿Se puede saber qué te pasa?
No sabía cómo explicarlo. No sabía qué decir ni cómo decirlo. Era un momento mágico y nada podría arruinarlo. O casi nada.
– Me ha llamado la policía -consiguió decir-. Son ellos. Se han escapado. Han escapado de la cárcel.